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Blackelf
Asunto: [Relato] El Mundo en Llamas  MensajePublicado: 02 Jul, 2012 - 11:01 PM

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Buenas!
Al igual que hacía en d2l, tengo pensado poner aquí una serie de textos escritos por mí en donde, con mi imaginación (y algunas ideas que me podéis ir dando), desarrollaré relatos ambientados en el universo de Diablo.
Aquí os traigo "El Mundo en Llamas".
Os lo presento un poco: trata de la historia que puede darse después de los hechos de Diablo 3, así pues, esta trama contendrá spoilers y continuas referencias a lo relativo a la trama de Diablo. El primer episodio trata de la liberación de un ser (quien haya escuchado el podcast de esta semana -número 4- puede perfectamente hacerse una idea de por quién van los tiros y quiénes son los dos personajes que en él aparecen). No os comento de qué irán los siguientes episodios pero con este relato, no solamente los Cielos temblarán

Relato: El Mundo en Llamas
Capítulo 1. Se rompió el equilibrio. Liberación
Ínterim 1
Capítulo 2. Lylia
Capítulo 3. La Orden de los No Muertos

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Imperius#2827


Ultima edición por Blackelf el 20 Jul, 2012 - 03:05 PM, editado 1 vez
 
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Blackelf
Asunto: [Relato] El Mundo en Llamas  MensajePublicado: 02 Jul, 2012 - 11:02 PM

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Capítulo 1. Se rompió el equilibrio. Liberación


- Maltratado, herido, encadenado, agraviado, despellejado, insultado, torturado, encerrado, vulnerado, desprestigiado, deshonrado… olvidado.
Las cadenas que lo sostenían a la sala tintineaban con los impulsos musculares del cautivo. La rabia crecía en su interior, una ira como nunca antes había sido sentida estaba comenzando a aflorar y amenazaba con traspasar los límites del cuerpo que la contenía. Cada vez las cadenas se agitaban más virulentamente, rasgando piel, músculo y hueso del preso.
- Estas cadenas no me retendrán eternamente. La fuerza de los Siete ha sido subyugada, la prisión mágica que me retiene no durará por siempre. Imperius, Lilith, Mefisto, Diablo... Tanto ángeles como demonios sois iguales para mí. ¡Mi furia os engullirá a todos y cada uno de vosotros!
Sonaron pasos en el corredor que conducía a la celda y el prisionero calló, escuchando atentamente, intentando adivinar qué guardián venía: el cojo, el tuerto o el manco. Los pasos sonaban irregulares y venían acompasados por un casi audible golpe seco, ya no tenía ninguna duda, era el cojo el que venía.
Los pasos se detuvieron a unos metros de donde suponía estaba la puerta. Quizás estaba intentando impacientarlo, quizás estuviera preparando el discurso y los ultrajes que le diría... O quizás simplemente estaba descansando. Desde la caída de Diablo en el Arco Cristalino todos los demonios se habían debilitado; tanto es así que el peor de todos los carceleros, el manco, ya no acostumbraba a cortar las extremidades de sus prisioneros lentamente.
¿Cuánto hacía de la caída de Diablo? Él no tenía la cuenta exacta pero contaba las veces que los carceleros venían a echarle un ojo... Suponía que vendrían dos veces en cada jornada y desde la Caída había contado un total de 22 días. Parece mentira lo rápido que se desvanecen las prisiones mágicas y sus ataduras una vez que el foco de poder principal ha sido eliminado. Ahora él casi podía girar la cabeza y las extremidades sin que se le clavaran aún más esas infernales cadenas en su piel.
Estaba pensando en la cuenta de días cuando la puerta se abrió detrás, entrando seguidamente el demonio cojo en la celda.
- ¿Cómo nos encontramos hoy? Jejeje... No me lo digas, no hace falta, se te ve exactamente igual que tantos milenios atrás. Sabes, desde la caída del Amo ya nos da igual tenerte aquí... Estamos pensando en si nos convendría más matarte. De ese modo no tendríamos que bajar hasta aquí abajo cada vez.
Movido por la furia, el prisionero arqueó la espalda y golpeó al Cojo con una de las cadenas que lo aprisionaban.
- ¡Maldito bastardo! Pues hoy te quedas sin comer jajaja... A ver si mañana estás más dócil, si es que no decidimos dejar de venir, claro.
El carcelero cerró la puerta con tanta fuerza que uno de los cristales que cubrían las paredes de la celda cayó desde lo alto, estrellándose a poca distancia del prisionero.
- Maldito engendro... Serás uno de los primeros... Lo juro.
La puerta volvió a abrirse y entró nuevamente el Cojo. El prisionero no vio el movimiento, y mucho menos lo que tenía en la mano. Sin mediar palabra, a través de su hombro asomaba el filo de una espada, tan afilada como la muerte.
- Estúpido seas. ¿Te creíste por un momento que no te podría oír? Te estás confiando demasiado. Tu final está muy cerca, no lo dudes.
El Cojo retiró la hoja y desapareció por la puerta, cerrándola estrepitosamente. Esta vez, el prisionero no dijo nada; concentró todos sus esfuerzos en sanar la herida.
A cada día que pasaba su ira acrecentaba a la par que su desesperanza. Día tras día veía como la magia que lo encarcelaba se hacía más débil; no obstante, no había vuelto a saber nada de sus carceleros. Habían dejado de escucharse los ruidos que antes parecían ya imperceptibles, de vida cercana; había desaparecido todo completamente, salvo la iluminación de su celda, reflejando los restos de lo que él, orgulloso, había sido...
Pasado un tiempo, presa completa de la desesperanza y de la ira, viendo que ya casi quedaba algo de magia en su prisión, no pudo contenerse más y estalló en una espiral ascendente de odio, rabia, furia, dolor, desesperación y venganza. Un torbellino que le arrancó de sus huesos las cadenas que Mefisto le ató en su momento; un torbellino de deseos reprimidos que arrasaron con todos los espejos de la celda, que traspasó el techo y acabó por liberarlo completamente.

A lo lejos, el Manco, un demonio rojizo, desprovisto de cuernos y con los dientes afilados como cuchillas, contempló el resplandor de la liberación del prisionero. Se giró hacia el Cojo y con la mirada llena de frustración, le sajó la garganta, sorbiendo la sangre negruzca que brotaba por la herida. Cuando la vida de su antiguo compañero abandonó el cuerpo, no lo dudó por un momento y le cortó la mano.
- Te dije que si no estaba muerto, tú ocuparías su lugar en el más allá. Por lo menos siéntete agradecido: no te he torturado... Mientras estabas vivo.
Con sus afiladísimos dientes comenzó a desmembrar y despellejar al Cojo y, cuando de él no quedaban más que restos sanguinolentos, los incineró, esparciendo luego sus cenizas por el viento para que nunca encontrara descanso.
- Oh, por favor, no me mires así... -dijo el Manco- ambos sabíamos que este momento llegaría.
- Eres un malnacido... Nunca debí dejar que escaparas de aquella habitación con vida.
-¿Quieres que te arranque tu otro ojo? Cállate y déjame tranquilo.
- No... Tú solo nos quieres mientras te seamos útiles.
- ¿Y qué si es así? Desde la derrota de los Siete no se les ha vuelto a ver por aquí. Sus almas no regresaron desde el Abismo.
- Eso no es excusa para que hayas hecho lo que has hecho con la prisión. El amo Mefisto nos ordenó protegerla siempre y en todo momento. Su maldad se ha ido, y con ella, las ataduras del prisionero se han debilitado demasiado. Ahora ha escapado! Y todo es por tu culpa!
Una explosión los sacó de su disputa y ambos seres infernales elevaron sus miradas hacia lo más alto de los restos de la prisión, divisando una figura humana. No podían verle la cara pero sabían que los estaba observando desde la distancia con una inexistente sonrisa en su desfigurado rostro.
En un pestañeo la figura se les apareció al lado, revelándose como el prisionero a quien tenían encadenado durante tantos milenios.
- Vuestro amo no os ordenó que bajo ningún concepto dejárais de vigilarme? Ahora pagaréis por vuestro error... Demonios, sentid el calor de mi ira!
- Cómo? Pero... Si nosotros te mantuvimos vivo, te alimentábamos! -suplicó el Tuerto-
La súplica cayó en saco roto. Pronto comenzaron a sentir una cálida sensación de bienestar en su interior que comenzaba a crecer y a crecer, convirtiéndose en un torrente de fuego de puro rencor que los abrasaba por dentro. En poco tiempo sus cuerpos se calcinaron de dentro a fuera y los restos chamuscados cayeron al suelo convirtiéndose en polvo.
- Demonios... Seres infectos originados de lo más nefando de la Creación... Ninguno de vosotros tendrá cabida en el futuro... Vuestras almas ya nunca regresarán desde el Abismo.
De su maltratada espalda surgieron primero finos hilos de luz negra que acabaron por convertirse en esplendorosas alas negras, similares a las de los seres celestiales de los Altos Cielos.
- He vuelto... Y la afrenta no quedará impune. Una vez creé el Paraíso, ¡Y entre todos lo habéis mancillado!



Mientras tanto, en lo más profundo de las corrientes de Santuario, algo se removía intranquilo. El Equilibrio había sido truncado cuando Diablo llegó al Arco Cristalino y fue derrotado; ahora, además, se asiste al regreso del líder de los Renegados. Mientras espera pacientemente a que los hechos se encaucen definitivamente y decida si actuar o no, busca una presencia en Santuario que podría ser la clave para restaurar la balanza del bien y del mal.

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Asunto: [Relato] El Mundo en Llamas  MensajePublicado: 02 Jul, 2012 - 11:02 PM

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Ínterim 1


La existencia entera –tanto ángeles, demonios como nephalem- ha entrado en el que puede ser su último ciclo de vida.

Por una parte se encuentran los Infiernos Ardientes, descabezados, donde los demonios vagan sin dirección y algunos pocos han conseguido encontrar el camino hasta el plano mortal y penetrar en Santuario. Desde la desaparición de los Siete convertidos en el Demonio Mayor, nadie ha conseguido hacerse con las riendas y gobernar a todos los demás.

Por otra parte, en los Altos Cielos la situación es aún más caótica si cabe: el Concilio de Angiris agoniza. Tras la última batalla contra Diablo, en la que tuvo lugar el asedio del hogar de los ángeles, se ha palpado la desunión del grupo, ha desaparecido la unidad que los caracterizaba y les hacía tan formidables en el campo de batalla. El propio arcángel del Valor, Imperius, ha cambiado y sus pensamientos están tomando un giro cada vez más radical, abocado hacia la completa aniquilación de demonios y nephalem por igual. Malthael, antiguo arcángel de la Sabiduría, continúa en paradero desconocido y el hueco que dejó Tyrael al convertirse en el sustituto de Malthael todavía no ha podido llenarse. Por si fuera poco, Itherael tiene serias dudas sobre el destino que nos pueda deparar tras la derrota de Diablo en el Arco Cristalino.

Finalmente, en el mundo de Santuario, tras la destrucción de la Piedra del Mundo hace más de veinte años, los humanos han ido recuperando cada vez más sus antiguos poderes de nephalem y ahora mismo son una auténtica amenaza tanto para los demonios como para los ángeles, quienes recelan de su inconmensurable poder.

Para agravar todavía más esta situación, un importante prisionero de los Infiernos Ardientes acaba de liberarse de su mágica prisión ancestral y ha roto todas las cadenas con la mera fuerza que le proporcionaba su furia, amenazando con llevarse toda la creación en una infinita espiral de ira y venganza.

Paralelamente a todo ello, la liberación del prisionero ha conllevado el resurgir de El Que Nunca Duerme, una antigua presencia de Santuario que está al acecho del único ser capaz de detener la locura que se avecina.

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Blackelf
Asunto: [Relato] El Mundo en Llamas  MensajePublicado: 02 Jul, 2012 - 11:02 PM

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Capítulo 2. Lylia

La joven Lylia, una dama procedente de la más alta alcurnia de Bramwell, la ciudad más imponente y rica de todo Khanduras, paseaba concentrada por una de las terrazas de su palacio, con una copa de vino en la mano mientras con la otra daba suaves y ligeros golpecitos a la barandilla. Reflexionaba sobre lo divino y lo humano mirando al suelo y, en ocasiones, elevaba su vista y la posaba en el horizonte, viéndolo todo y no mirando nada. Sus pensamientos, centrados en los hecho que tuvieron lugar hace treinta años, justo cuando ella vino al mundo, intentaban desentrañar los porqués del último ataque de los Infiernos Ardientes. A menudo una breve y luminosa chispa se encendía en su mente y asociaba ideas que nadie hubiera llegado a relacionar como, por ejemplo, que los nephalem han ido aumentando en poderes y número justo desde la derrota de Diablo en el Arco Cristalino.
- ¿Y si la Piedra del Mundo no fuera el único objeto mágico que limitara los poderes de los nephalem? ¿Y si, además de este último, el Arco Cristalino, tras la breve exposición a la corrupción de Diablo, estuviera amplificando los poderes de los humanos, volviéndolos a convertir en nephalem, en lo que empezaron siendo? - se dijo Lylia a sí misma en voz baja, afirmándose en la certeza de que el plan de los Siete no tenía por único fin el que demostraron-
Un frío viento la distrajo de sus pensamientos. Sin darse cuenta unas nubes oscuras provenientes del golfo amenazaban con echar por el suelo su paseo divagador matutino y forzarla a permanecer encerrada en casa.
- A mí lo que me gusta es el calor... -se lamentó Lylia- En fin, habrá que prepararse para entrar.
Disgustada, se alejó de la barandilla, recogió algunas cosas para que no se mojaran y, cuando se giró para entrar en casa, algo en lo más profundo de su alma la forzó a volverse y asomarse por la barandilla en dirección al golfo.
Estuvo escudriñando fijamente el mar y las olas, el viento y la lluvia que lo acompañaba, pero no encontró nada fuera de lo habitual. Resignada a quedarse en casa suspiró y cuando penetraba por el umbral de la puerta de nuevo la misma sensación de antes pero mucho más intensa no sólo la hizo volverse sino también dar un grito ahogado.
Caían las primeras gotas de lluvia pero se forzó a mirar nuevamente al mar profundo. Estaba ya empapada cuando vislumbró algo extraño en el mar, algo que, con toda seguridad, no debería estar allí. Una pequeña prominencia retorcida rodeada por un halo rojo sobresalía de entre las aguas y, sobre ella, una figura negruzca y casi perceptiblemente humana.
El hombre no estaba en la roca, sino que estaba levitando encima de ella. Era una figura que una vez había tenido rasgos humanos pero las injusticias del tiempo, y quién sabe qué más, le han pasado factura.
Lylia se quedó petrificada al contemplarlo. Ya no le importaba cuán empapada estaba, ni los rayos, los truenos o el hecho que su palacio se estuviera mojando por la puerta que todavía estaba abierta. Ella reconocía esa figura... Y tanto que lo conocía. La pregunta era ¿qué estaba haciendo él allí? Después de todos los años que habían transcurrido seguro que él no la habría olvidado, igual que ella a él.
No sabía qué hacer: si permanecía ahí fuera no había ninguna duda que a él le sería extraordinariamente fácil encontrarla, si se refugiaba en su palacio el resultado daría igual porque Lylia estaba convencida que su mirada atravesaba piedras, muro y carne. En última instancia le quedaba huir, por descontado que la acabaría encontrando, pero esas horas o, si era afortunada, días, le vendrían muy bien.
No le hizo falta hacer ningún equipaje. Se cambió la ropa por una de más comodidad y salió de su palacio, bajo la lluvia y a paso rápido, encaminándose hacia su carruaje.
Mientras tanto la figura que acababa de aparecer en el mar abrió los ojos y divisó, en la lejanía, la ciudad. Automáticamente supo que ella se encontraba allí, así que desapareció y se teletransportó hasta la mismísima casa de Lylia. Observó cómo subía al carruaje y sonrió.
- Me lo estás poniendo muy fácil, cariño –susurró entre dientes-.
Antes que el conductor se percatara, su cabeza estaba volando por los aires y el cuerpo caía, inerte, entre los caballos de tiro.
- Adelante, marchémonos Joseph… rápido, por favor –pidió Lylia a quien pensaba era su conductor-
-¡Arre! –exclamó él y azotó a los animales para que se pusieran al galope- Por cierto, señorita, ¿a dónde quiere que la lleve?
-Necesito ir hacia el sur, a Puerto Real –contestó incómoda; no asociaba esa fría y disonante voz a la de su cochero, “estará resfriado” quiso creer, esperaba que no la hubiera encontrado tan rápido-.
- ¿A Puerto Real, señora? Parece como si quisiera huir de algo… o alguien para ir a un lugar tan alejado, bajo esta lluvia y sin equipaje.
Lylia no sabía si llorar, reír, saltar del coche o enfrentarse a él. Ya sabía que no era Joseph aquél que estaba conduciendo su coche. La ansiedad la tomó presa y las paredes se le echaban encima, el pañuelo que llevaba atado alrededor del cuello le apretaba y necesitaba quitárselo para respirar. El miedo se apoderaba de su alma, pero también la pasión y el desenfreno. Tantos años habían pasado y aún se estremecían sus entrañas al recordarlo.
- ¿Azh mag royztak dae ti, Inarius? –preguntó Lylia-
- Igo mog roystok… dae ti rekodae de igo? –le preguntó el hombre en el mismo idioma-
- Cómo olvidar a mi amor y mi enemigo. Lo fuiste todo para mí y aún no he querido olvidarte. Sabía que la prisión de mi padre no duraría eternamente y mucho menos desde que capturaron su alma y derrotaron a Diablo.
- Oh, querida… no sabes lo bien que me sientan tus palabras.
El carruaje se detuvo y Lylia bajó de él. A su alrededor sólo había naturaleza, ningún signo de humanidad a la vista. Un abismo creció en su interior al verse tan alejada del mundo que ella había estado viviendo estos años y estar tan cerca de él. El rugido de las olas la llevó a girarse y vio que, a su espalda, un precipicio terminaba en un caudaloso y embravecido río. Había terminado de llover pero su vestido aún estaba empapado.
Una mano se apoyó en su hombro y se sobresaltó, hacía mucho tiempo que no había mantenido contacto físico con personas, además al contemplar el río allí abajo estaba completamente sumida en sus pensamientos. Esa mano la trajo de vuelta al mundo real y a la situación que se estaba desarrollando allí, en el medio de ninguna parte.
- ¿Por qué vas así? Aquí no hay necesidad de ir así vestida… quítate las vestiduras y déjame contemplarte una vez más.
- Cariño… amor… así he pasado muchos años. Mis hermanos vinieron y murieron y yo… yo estoy tan sola…
- ¡He dicho que te lo quites! ¡¡Ya!!
Un rápido movimiento de mano y el brazo izquierdo de Lylia cayó al suelo, en medio de un charco de sangre verde. Ella no gritó, ni siquiera le hizo daño. En el lugar donde estaba antes su brazo, creció otro, terminado en garra y con escamas en toda su extensión. Con otro giro de mano de su compañero, la pierna derecha se desplomó y al momento surgió de la herida otra, venosa y cubierta por escamas, con un espolón y dos garras en lugar de dedos, la rodilla doblaba la pierna hacia atrás y unos símbolos lucían en el muslo.
- ¿Tengo que seguir yo, o lo haces tú misma?
El resto del cuerpo de Lylia cambió radicalmente: unos senos prominentes y duros, un abdomen esbelto, un pubis cubierto por vello rojizo, unos ojos verdes luminosos que parecían absorber el alma de aquél que los mirara fijamente y un larguísimo pelo verde que desafiaba la gravedad y se elevaba hacia los cielos. Pese a que en conjunto resultara grotesca, había algo en esa figura que despertaba los más bajos deseos de todos los que se encontraran cerca: el deseo de poseer y el deseo de morir, el deseo de sentir y el deseo de descubrir se entremezclaban en un elixir mortal.
- Lilith… ¡no sabes cuánto te he echado de menos! Engendro inmisericorde… pagarás por haber vuelto a Santuario. ¿No tuviste bastante cuando te desterré al Vacío la última vez que nos encontramos? ¡Asesinaste a casi todos nuestros hijos! ¡Me vendiste a tu padre y al Concilio de Angiris! Esta vez no tendré la piedad de la última…
Los ojos de la diablesa inspiraron terror. El miedo más profundo se reflejaba en ellos, pero también el deseo de hacerse valer y demostrarle que no estaba desarmada.
- Inarius, ¡no he olvidado nada! ¡Los Nephalem, nuestros hijos, eran… son… una amenaza para todos nosotros! ¡Mira lo que le hicieron a Diablo! Han crecido ya demasiado. El hechizo que hice sobre la Piedra del Mundo se ha desvanecido, ahora tienen todos sus poderes y deberían ser erradicados definitivamente. Recapacita, mi amor. Una vez fuimos inseparables, uña y carne. Volvamos a serlo, te he estado esperando para ello.
- ¡Lilith, hoy borraré incluso tu recuerdo!
De las manos de Inarius brotaron dos espadas de energía negra. Los ojos del antiguo ángel irradiaban ira y sus manos empuñaban las armas que podían acabar con Lilith e impedir que volviera del Vacío.
La diablesa emitió un grito desgarrador cuando su antiguo amante la atacó, pero de su espalda surgieron cuatro apéndices puntiagudos que detuvieron el ataque y lo derribaron.
- Pensé que te dejarías vencer…
Los apéndices abrieron sus puntas y emitieron gases venenosos, creando un círculo de protección alrededor de Lilith que sonrió gustosa de haber sorprendido al mismísimo Inarius.
- Sé que hay muchas probabilidades que no tenga nada que hacer contra ti, pero no voy a darme por vencida ni voy a dejar que me mates tan fácilmente.
Lilith dio un pisotón y la tierra se resquebrajó hacia Inarius. De las brechas emanaron gases tóxicos que derritieron piedra, tierra, hierba y todo con cuanto entraran en contacto. Para esquivar el ataque, el antiguo ángel modificó sus armas y creó a su alrededor un escudo de energía negra que estaba absorbiendo las emanaciones de gas.
Cuando ya no quedó nada del veneno, el escudo que envolvía a Inarius se transformó en una lanza que empuñó a dos armos y la lanzó contra su oponente.
Lilith consiguió detener con sus manos la lanza y sonrió al ángel caído. No obstante, éste le devolvió la sonrisa. Sorprendida, la diablesa hizo un gesto para soltar la lanza, pero antes que pudiera desprenderse de ella, se transformó en una soga que se ató alrededor de su cuerpo y la comenzaba a estrangular.
- ¿Pensaste que sería tan sencillo? Que esa lanza, que responde a mi voluntad, sería tan fácil de detener dista mucho de lo que yo tenía entendido de ti, querida Lilith… veo que tu estancia con nuestros descendientes te ha dejado un poco… estúpida.
De los dedos de Inarius surgieron cuchillas de energía oscura que fueron haciendo pequeños cortes en el cuerpo de su prisionera.
- Me temo que la diversión se ha terminado…
A través de los cortes, la energía de la soga se comenzó a filtrar en el interior de Lilith.
- Dentro de poco tiempo serás historia. Bueno, historia no… simplemente, no serás. Hay demasiadas cosas por hacer y poco tiempo para ello.
- Hay una cosa que no sabes… Inarius… la energía de tu lanza ha absorbido el gas de mi ataque. No me está haciendo nada… ¡nada!
Lilith se levantó y, ante un Inarius estupefacto, lo sujetó con sus brazos mientras clavó sus cuatro apéndices en su cuerpo.
- Ahora, saborea lo que es el miedo –dijo la diablesa con un tono de regocijo-.
- Ya veremos quién lo saborea antes.
El cuerpo del ángel se duplicó mágicamente y, el original, que estaba empalado por Lilith, se quedó seco y sin vida.
- Como ya te he dicho, no tengo mucho tiempo que perder contigo. Significaste mucho para mí. Tu y yo creamos este mundo… creímos en un mundo sin conflictos ni guerras, alejado de unos y otros. Tú nos traicionaste y, como todos los que me han traicionado, vas a morir.
De súbito el tiempo pareció congelarse, el río explotó, parte de la montaña se derrumbó, el cielo sobre ellos se abrió y, a la vez, una misteriosa figura, envuelta en un halo oscuro, se personó ante ellos.
Del río emergió un ser que decidió materializarse como un dragón. Sus colores variaban del verde al azul, al negro, al rojo, al amarillo… no tenía un color fijo, siempre cambiaba.
Del cielo cayó una lanza y le siguió un relámpago. Unas alas rojas surgieron del fulgor blanquecino y ante ellos se personó Imperius empuñando a Solarion.
- ¡Cuánta gente se ha juntado aquí! –exclamó Inarius-
- Inarius, Lilith, Imperius y… Malthael. Soy Trag’Oul, Guardián de Santuario y Protector del Equilibrio. Os he estado vigilando y sabía que confluiríais todos aquí. Debéis abandonar todos vuestros resquemores y seguir adelante. No rompáis el frágil equilibrio que existe ahora en Santuario.
- Gran Trag’Oul, Aquél No Aparecido –intervino Malthael-. Sé a qué has venido y te puedo asegurar que has despertado para nada.
- Malthael… hermano… ¿en qué momento la Sabiduría te abandonó? Regresa al Concilio, expulsa a Tyrael de tu sitio, reclama lo que es tuyo y luego, acabemos con esta abominación de existencia. El final del Eterno Conflicto está cerca, ya lo puedo tocar con las manos.
- Sabiduría… ¿Sabiduría? Yo os guié. Yo os uní. Y me di cuenta, tras la destrucción de la Piedra del Mundo, de que todo era en vano. El destino no lo rige nadie, ni Itherael, ni nuestros actos, ni nuestros enemigos… era el Aspecto de la Sabiduría porque creía en el potencial de cada uno de nosotros, en que nuestra unidad nos haría invencibles. Pero tú te has empeñado en romperla una y otra vez. Esto debe acabar.
- ¡Todos vosotros estorbáis en mi perfecta creación!
Torrentes de oscuridad surgieron del cuerpo de Inarius derribando a todos los presentes salvo a Lilith, que acababa de ser protegida por las gruesas escamas del cuerpo de Trag’Oul.
- Rápido, Lilith, sálvate –le dijo Trag’Oul- eres la única que puede impedir el Fin de los Días… huye… ¡Huye!
- Estúpido guardián –dijo Imperius incorporándose- ¡Proteges a un demonio! Son el enemigo y hay que matarlo, ¡matarlo!
Imperius cargó con Solarion contra Lilith pero el dragón volvió a interponerse, recibiendo él el impacto y cayendo, junto a la diablesa, por el precipicio y perdiéndose en el río.

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Asunto: [Relato] El Mundo en Llamas  MensajePublicado: 20 Jul, 2012 - 03:05 PM

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Capítulo 3. La Orden de los No Muertos


- Hermano, ¿qué te ha hecho volver tan de repente? ¿Dónde te habías ido? Te necesitábamos con nosotros...
- Imperius, cesa tu lloriqueo, no es típico de ti. Esto que ves ante ti no es mi cuerpo, es solamente una proyección de mi yo auténtico. En ningún momento tuve intención de regresar... De hecho me estoy planteando el no volver nunca.
- ¿Por qué? ¿Qué te ha hecho ser tan huraño?
- Siempre he sido así... Me mantuve apartado del contacto con todos vosotros. Necesitabais un líder auténtico, alguien que os supiera valorar en combate y os llevara siempre a la victoria. Como representante de la Sabiduría, me mantuve al margen de todas vuestras cuestiones internas. ¿Acaso mi ausencia te resulta insoportable?
- Más que tu ausencia... Es nuestro hermano Tyrael. Ha ocupado tu sitio entre nosotros. Lo expulsé de los Altos Cielos y ha vuelto pavoneándose ante nosotros. Ha cambiado la Justicia por tu emblema. Allí te necesitamos.
- No. No me necesitan allí. Eres tú el único que necesita que yo esté allí para recuperar mi título que, a tu entender, me ha sido arrebatado. ¿Me equivoco?
- En efecto, no te has equivocado, pero... Odio admitirlo... Tu presencia allí nos resultaba tranquilizadora. Ahora yo me he hecho con el liderazgo, pero no sé si podré hacerlo bien... Por primera vez tengo miedo. Ni siquiera me gustaría que Tyrael cayera por mi culpa, no me lo perdonaría.
- Oh, si es solamente eso, tú tranquilo, que sé que lo harás bien.
- ¿Lo has visto en algún sitio? -preguntó el arcángel esperanzado-
- No, no lo he visto, pero te he dirigido en mil batallas. Condúcelos a la victoria. ¿Te acuerdas de uno de nuestros asedios a la fortaleza del Pandemonium? Cuando conseguimos atrapar a Diablo...
- Y yo lo envié de nuevo al Abismo.
- Exacto. Lo hiciste muy bien, pero te aventuraste tú solo. Deberías dejar que los demás te acompañen. Si vas solo... Fracasarás.
- Comprendo... -se resignó el arcángel, mientras apretaba sus puños conteniendo la furia- pero Diablo era nuestro enemigo.
- Te equivocas... Diablo es UNO de nuestros enemigos. Todos los demonios lo son por igual. No obstante, Diablo siempre ha sido TU némesis, me dí cuenta en una de vuestras primeras luchas.
- Diablo es el líder de todos ellos... -cada vez apretaba con más fuerza los puños, apenas conteniéndose-
- Aún me pregunto qué te dijo allá, cuando nosotros todavía no habíamos llegado.
- Nada, no me dijo nada.
- Mientes. Pero eso a mí no me importa. No he venido aquí para discutir contigo.
- ¿Entonces, a qué has venido?
- Supongo que no sabrás donde me encuentro, aunque tampoco es que te lo vaya a decir. Sólo te diré que ser el Aspecto de la Sabiduría se me ha quedado pequeño... Poseo el don de la providencia; veo todo lo que ocurre y lo sé casi todo. No necesito ni el Pergamino de Itherael ni quedarme en mi trono usurpado, como dices tú. Como ya te he dicho, lo que tienes ante ti no es más que una simple representación de mi cuerpo, y la he creado para asistir al espectáculo que se va a desarrollar en Santuario.
- ¿Qué espectáculo?
- Una representación del Fin de los Tiempos.
- ¡Imposible! Detuvimos el Fin de los Tiempos cuando Diablo fue derrotado en el Arco Cristalino.
- Imperius... Incluso Diablo sabía que no lo lograría. Te contaré una cosa: lo hizo para poneros en evidencia. Demostró que vosotros no estáis unidos como antes, que sois débiles y que la existencia de los nephalem os incomoda... En especial a ti, Imperius.
- Ese estúpido de Tyrael. Con su voto salvó a los nephalem y a Santuario, pero ¿A qué coste? Los Altos Cielos, nuestro hogar, ¡Nuestro hogar! Fue arrasado por la Bestia. Todavía recuerdo su frase cuando rompió la Puerta... "incluso en los cielos, los ángeles tienen miedo"... No me la quitaré nunca de la cabeza.
- Imperius... Estás cegado por la ira que llevas acumulada. Has luchado en numerosas batallas contra demonios... Deberías descansar.
-¿Descansar? ¡Nunca! Jamás descansaré hasta que no exista ni uno solo demonio.
- Entonces, hermano mío, sólo te queda un camino que seguir.
-¿Cuál? -preguntó Imperius intrigado; no podía decirlo abiertamente, pero tenía ganas de descansar y que se terminara el Eterno Conflicto-.
- Verás, Inarius ha regresado a este mundo y arrasará todo lo que se encuentre a su paso con tal de obtener su venganza. Uno de sus objetivos eres tú.

La neblina negra que envolvía el cuerpo de Imperius desapareció y recobró la consciencia. Junto a él ya no había nadie: ningún resto de Inarius, ni de Lilith, ni de Trag 'oul. El acantilado estaba demasiado cerca, quizás hubiera dado vueltas mientras estaba desmayado.
Se incorporó y recogió a Solarion que yacía en el suelo. El contacto de la mano del arcángel hizo revivir el brillo de la lanza como si se tratara de un rayo de sol. Las alas, rojizas, se extendieron y, tomando impulso, elevaron a Imperius hacia las alturas.

Mientras tanto, Trag'Oul seguía buscando a Lilith. La había perdido en el estallido, y no la había vuelto a ver. No estaba ni en el río, en las rocas agarrada ni por las orillas. El suelo estaba fangoso y, ni siquiera así, encontraba ninguna pista a seguir.
Ahora, transformado como una nube, buscaba visualmente a la diablesa mientras con la mente escudriñaba en el interior de todas las presencias que lo envolvían. Aún así, no consiguió hallarla.

- Solo somos sombras dentro de las sombras. Huimos de la luz porque nos hace daño ver lo que de verdad somos, lo que de verdad tememos, lo que somos en realidad. Yo fui un ángel libre, desertor de la opinión mayoritaria de enfrentarnos en una cruel guerra contra otros que, en última instancia, vendrían a ser hermanos nuestros. Me acusan de relacionarme con demonios y de revelarme contra el Concilio de Angiris y las leyes de la naturaleza. Creé un paraíso y ellos solitos se han bastado para destrozarlo y corromperlo. Por si no tuvieron suficiente, me torturaron y encadenaron, deshicieron mi figura e intentaron quebrar mi personalidad. Lo último no lo han conseguido... Y ahora soy libre.
Los pensamientos de Inarius estaban a punto de convertirse en acciones: se estaba dirigiendo hacia la selva de Kurast, donde él tuvo, en los tiempos viejos de antaño la Catedral, su Catedral de la Luz, directamente enfrentada a la religión del Triuno.
«Mi culto se alzará de nuevo, más grande y más fuerte que antes -dijo Inarius una vez hubo llegado a los restos de su catedral, durante milenios abandonada-.

El aumento en la furia del arcángel fue intensamente sentido por Trag'Oul, quien decidió que encontrar a Lilith debería ser postergado a la charla con Inarius.
Navegó por las corrientes internas de Santuario, atravesó espiritualmente los seres vivos con los que se encontraba y, finalmente, a orillas de un pantano en la selvática región de Kurast, emergió a la superficie, invisible e incorpóreo, solo una presencia inmaterial. La carne volvió inmediatamente a su cuerpo al encontrarse cara a cara con el arcángel caído.

- Estaba esperándote –dijo Inarius amenazándole con un tridente negro-
- Tenía otras cosas más importantes a las que prestar atención, antes que al pataleo de un chiquillo.
- Eres demasiado osado. ¿Acaso piensas que con tu poder serías capaz de derrotarme?
- Inarius, esto es una locura –intentó razonar Trag’Oul- no debemos enfrentarnos, tenemos asuntos en los que centrar la atención mucho más importantes que el hecho de canalizar tu ira.
- Supongo que lo dirás por Imperius y por esa zorra.
- Esa “zorra” como tú la llamas te ayudó a crear Santuario.
- Lilith asesinó a una inimaginable cantidad de hijos míos.
- Es cierto, pero ahora tus hijos han vuelto: el hechizo que se lanzó sobre la Piedra del Mundo se desvaneció, los nephalem están volviendo. Es sólo cuestión de tiempo...
- Exacto, es sólo cuestión de tiempo el que ella vuelva a considerarlos como una amenaza. Si cabe, ahora, mucho mayor a lo que eran antes, porque ahora ya no hay poder demoníaco.
- ¿Que no hay demonios? Inarius, estás demasiado obcecado en tu furia. El mal no sólo anida dentro del corazón de los demonios: su sombra se extiende por toda la existencia... y me temo que ha llegado hasta los Altos Cielos.
- ¿Los Altos Cielos? ¿Quién... Imperius?
- Imperius, sí... y no está a solas.
- Malthael.

El cielo se ensombreció. No había ninguna nube que lo cubriera, ni el Sol se había puesto, simplemente se volvió negro como el carbón. Despertó en ambos la alarma.
- Guardián, tendré en consideración tus palabras, pero ahora otros deberes me reclaman.
- ¡Espera! ¡No te precipites!

Inarius clavó su tridente en el suelo y un fulgor violáceo cubrió la zona. Del asta emergían relámpagos que se estrellaban contra el suelo levantando tierra, piedras y huesos.
- ¡Inarius, es una locura!
- ¿Una locura? Son mis seguidores... los nephalem que no me abandonaron, aquellos que permanecieron fieles a mi religión.

Los huesos flotaban en el aire, salían de debajo de la tierra, del río y del lago y, poco a poco, iban formando esqueletos.
- Los poderes sobre la vida y la muerte... –empezó a decir Trag’Oul-
- No sólo los conoces tú o los sacerdotes de Rathma... yo también puedo invocar a los espíritus de mis seguidores, mis campeones.
- Inarius, estás yendo demasiado lejos.
- ¡Trag’Oul eres un idiota! ¿No te das cuenta que necesitamos ayuda para lo que se avecina?
- Dime, ¿qué se avecina?
- El cielo... este oscurecimiento no es normal y lo sabes. Esto es lo que estuvo a punto de ocurrir hace tanto tiempo... cuando un sólo voto salvó mi Creación de la destrucción.
- El voto de Tyrael –recordó Trag’Oul-.
- Sí, pero Malthael se abstuvo de votar. Ahora ha regresado... ¿imaginas qué puede haber pasado allí arriba mientras estábamos debatiendo?
- Ha decidido reabrir la encuesta.
- Exacto, y ahora Santuario está condenado. Acabaré con los arcángeles.

El ejército de los reanimados estuvo pronto configurado, algunos fanáticos resucitados tenían músculos e incluso piel, pero en general eran amasijos de huesos.

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Jugando a Diablo III.
Imperius#2827
 
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